Te voy a decir por qué me duele que te hayan asesinado, hermanito, y por qué tengo lágrimas atrapadas en los ojos, unas lágrimas que encierran rabia, resignación y el más llano desconsuelo: porque uno quiere que la ingenuidad y la nobleza continúen por ahí, respirando obvias y hondas inquietudes; porque uno espera que siga existiendo gente capaz de asombrarse, porque nadie disfruta cuando le apagan un poco el cariño, porque al menos a mí me gusta dar respuestas, sobre todo cuando me preguntan con franqueza, y tú lo hacías cada vez que nos veíamos; porque eras joven y no hablabas de objetivos, sino de sueños, en un país donde sobresalen los arrogantes, tramposos, hedonistas y cobardes; porque se te iluminaban los ojos entre las dudas y la fe, porque querías enamorarte y eso, en estos tiempos, es algo que uno aprende a valorar desde la distancia; porque nunca te cansaste de invitarme a tu casa, porque eras débil, porque bailabas cuando sonreías y sonreías siempre que hablabas; porque no te bastaba con un abrazo, tenías que dar un beso; porque fuiste capaz de brillar cuando te pedí que dieras lo mejor de ti, porque me celebrabas y me leías y me pedías que te leyera, porque tenías cojones, porque fuiste generoso, porque tu singularidad te aventajaba cuando muchos pensaban que te hacía perder; porque te equivocabas y sobre todo porque nunca te vi renunciando al placer; porque todo el mundo es bueno cuando muere pero tú lo fuiste también mientras viviste, porque no te hacía falta el ego, porque nunca te vi pensando en humillar al otro, porque eras agradecido, porque imaginabas sin miedo, porque entre tu candor atropellado y tu debilidad por las mujeres, siempre me hablaste con amor de tu familia, a la que nunca tuve la dicha de conocer; porque soy padre y no quiero pensar en los tuyos, que han tenido que enterrar dos hijos; porque tus chistes no eran buenos, eran malos y maravillosos; porque tenías cara de viejo pero expresiones de niño, porque tu alegría y tu tristeza eran genuinas, porque tus espasmos de silencio frente a la pantalla de tu celular escondían la única capacidad que tenías para premeditar algo: construir la noche a tu antojo; porque creías en tu trabajo y te mataron cuando salías de él, porque ya no voy a poder invitarte los whiskys que te prometí hace una semana, porque siempre me deseaste lo mejor y porque sé que tardaré años para conseguir a otro valiente de tu estirpe, esa gente que no se esconde de sus propios sentimientos. Porque sin querer me has acercado otro poco al vacío, viejo. Porque haberte asesinado para supuestamente quitarte un puto carro de mierda es una maldita injusticia. Porque no existe la resurrección, porque este amargo dolor que tengo atragantado me obliga a pensar en la mudez, porque a pesar de haberte conocido solamente un par de años sé que te voy a extrañar que jode y eso me jode. Porque me siento derrotado.
A la derecha, Jhonny.