Entrevista realizada por las editoras de Qué Leer en Venezuela y compartida en su web:
Sudaquia Editores ha relanzado Sexo en mi pueblo, del escritor venezolano Leo Felipe Campos, quien trabaja como editor de novelas para la Editorial Planeta en Barcelona, España.
Más que sexo, en estos relatos breves Campos también emplea la picardía y el humor. Lo hace de una forma ágil y provocativa. La lectura genera curiosidad. ¿Son eróticos o pornográficos? El lector tiene la última palabra para decidir cuál es la calificación que más les hace justicia.
Quienes leyeron la primera edición de Sexo en mi pueblo en 2009, pueden deleitarse nuevamente. En aquella oportunidad fue tanto el éxito que se agotó en su primera tirada. Trece años después, el autor regresa con un comentario previo, un cuento adicional, algunos adjetivos menos y el reto de ser leído por una nueva generación.
—Cuéntanos ¿Cómo fue ese reencuentro con «Sexo en mi pueblo»?
»Fue gracioso. Al principio tuve mis dudas, pero quise aprovechar la invitación de Sudaquia para darle una nueva vida a esos relatos que tienen su dosis de insolencia, pero también de inocencia. No escribes igual cuando tienes 25 años que cuando tienes 40. Tampoco miras la vida de la misma manera. Y dentro de esa perspectiva entra el sexo, que en este libro quise mostrar sin mayores artificios. Simple, directo, incluso divertido.
—Cuando lo escribiste, ¿pensaste en algún pueblo en particular o en personas que conociste?
»No me puedo desmarcar de Puerto Ordaz y sus alrededores, donde viví mi adolescencia: Upata, San Félix, Guri, Ciudad Bolívar, pero hay mucho de invención allí; algunos lugares apenas los conozco. Me interesaba, en todo caso, la atmósfera. El pueblo puede ser cualquiera del Caribe o el trópico, donde hay calor y ríos, playas, lagunas. Es un juego. De la vida real tomé apodos y nombres, pero de las anécdotas no me permitieron usar mucho.
—Hace más de una década, «Sexo en mi pueblo» fue considerado un libro muy atrevido, ¿piensas que quienes hoy lo lean pueden estar más familiarizados con este tipo de lenguaje erótico?
»Hace poco un amigo periodista y novelista español me sorprendió al decirme que le había parecido un libro valiente y que no sabía si alguien se atrevería a escribir algo así hoy en día. Por un lado, se supone que hemos derribado algunos tabúes en torno al sexo y el placer; y por otro, la corrección política impone normas cada vez más rígidas, corsés que pueden llegar a ser peligrosos para la creación. Yo he querido hablar de sexo, pero también de la idiosincrasia de los pueblos y de cómo los niños, adolescentes, jóvenes y adultos se relacionan con el deseo. Y hacerlo con desparpajo.
—¿Cómo es tu relación con las redes sociales? ¿Son útiles para ti?
»Depende de para qué las tienes y para qué las quieres. Con las redes te puedes entretener, puedes conectar con otros, pero me parece que hay cada vez más ruido, opiniones vacías y discusiones estériles. Hay que saber elegir a quiénes seguir. Muchas personas con buen criterio logran generar un contenido inteligente, bonito, atractivo, y construyen comunidades en torno a lo que hacen o piensan, pero también sobran los mentirosos y manipuladores. Eso me aburre y me espanta, por eso intento usarlas cada vez menos. En Twitter abundan los bots y los trolls, y hay cierta tendencia a la cancelación. ¿Qué le deja eso a nuestra vida? Nada. Por otro lado, el exceso de selfis diarios o comentarios autorreferenciales y supuestamente audaces en busca de likes no es más que la dopamina haciendo su trabajo. Ego, ego. Mírame, quiéreme. Valídame. En ese sentido prefiero quedarme con los videos divertidos de los perros y los gatos.
»Por supuesto, yo también voy a las redes para promocionar mi trabajo, a veces hablo de artículos que publico y de los libros que edito, leo o escribo; esta entrevista de seguro la compartiré en mis redes, pero no me importa tanto lo que pueda suceder a partir de allí. Mi frase de cabecera en Instagram es: «Gente de pinga que la pasa de pinga», un canto a la fiesta y la alegría, también al amor por mi hija. Me interesa mucho más pasarla bien con mis amigos y vivir a plenitud con lo que tengo alrededor que mostrarme como un escritor consagrado, que no lo soy. Eso me hace sentir más tranquilo, liberado de un peso que no necesito para tratar de ser cada vez mejor en lo que hago. Uso mis redes para decirle a quienes me siguen que la vida también puede ser divertida y sexi, y así quisiera que vieran este libro.
—Vives en España y trabajas como editor de novelas en español para la Editorial Planeta, ¿cómo ves el negocio de la publicación actualmente, sobre todo para escritores latinoamericanos?
»Estar en Planeta en un mercado como el español me ha permitido tener una perspectiva más integral del mundo del libro, estoy contento y agradecido porque este oficio es un privilegio: puedes hacer lo que más disfrutas mientras desarrollas el olfato y fortaleces tu criterio. Si te enfocas, no paras de aprender. El negocio editorial sigue respirando con buena salud, aunque sabemos que las ventas de una minoría de autores es lo que posibilita que exista un ecosistema mucho más amplio. Hay de todo, la gran pregunta es por qué pareciera que la gente está más interesada en publicar que en leer. Por eso aplaudo la iniciativa que ustedes han sostenido durante años: el fomento del hábito de la lectura. Sin lectores, los libros mueren, y eso incluye las buenas novelas.
»Sobre los escritores latinoamericanos te diría que creo que siempre tendrán un lugar especial en el panorama de las letras a nivel mundial, como lo pueden tener japoneses, franceses, ingleses, alemanes o estadounidenses. Tanto en la crítica literaria especializada, que se ocupa más de obras y lenguajes, de temas, estilos e intelectos, como del mercado, que piensa en géneros, tipos de historia y abordajes, pero sobre todo en números: cuanto más te lean, mejor. Algo que me parece incluso más difícil.
»Sin embargo, la categorización de «escritor latinoamericano» es sumamente amplia, puede emplearse para lo que quieras y convertirse en un cajón de sastre. Hay voces muy diversas, experimentales, tradicionales, más o menos encumbradas, best-sellers. Voy a mencionar a varios que están vivos, lo haré para explicarme mejor y porque creo que algunos lectores disfrutan cuando leen nombres, sobre todo si no los conocen, porque les ayuda a ampliar sus marcos referenciales y sus bibliotecas: podemos ir de Isabel Allende a Samanta Schweblin; de Mónica Ojeda a Leonardo Padura; de Paulina Flores a Alberto Barrera Tyszka; de Evelio Rosero a Mariana Enríquez; de Selva Almada a Juan Gabriel Vásquez; de Mario Vargas Llosa a Rita Indiana; de Alejandro Zambra a Leonardo Valencia… ¿En qué se parecen? ¿Qué los vincula? Te nombro más: de México a Mario Bellatin, Juan Villoro o Cristina Rivera Garza, de Colombia a Paola Guevara, Andrés Mauricio Muñoz o Patricia Engel; de Ecuador a Adolfo Macías Huerta; de Venezuela a Victoria De Stefano, Boris Izaguirre, Karina Sainz Borgo, Alejandro Padrón, Federico Vegas, Manuel Gerardo Sánchez, Rubi Guerra, Gabriel Payares, Sol Linares o Liliana Lara; de Chile a Cristian Alarcón; de Argentina a Camila Sosa Villada. Los rasgos son muy diversos. Sí, todos son latinoamericanos, todos publican en español y algunos han sido traducidos, todos escriben de maravilla. Algunos venden muchísimo más que otros. Pero, salvo decir que hay un alto valor literario y que despiertan interés en diversos sellos a ambos lados del charco, no podemos sacar mayores conclusiones solamente a partir de nuestro territorio de origen.
—Has ejercido el periodismo muchos años, ¿qué piensas de la digitalización del periodismo?
»Es lógica y necesaria. El tema es complejo, daría para una entrevista hablando solo de ese tema. Los canales y formatos no son lo más relevante, hay que comprenderlos para lograr mayor alcance, pero la clave está en la base del oficio, en la formación constante, en la ética y en cómo lograr modelos que permitan sostener una voz propia con verdadera independencia.
—Aunque ahora sea una especie de moda hablar sobre los peligros del tapón de Darién, tú ya habías escrito hace cinco años una crónica en esa región. Cuéntanos de qué trata.
»Estuve en Capurganá, Colombia, a principios del 2016, y noté que era una zona hermosa, naturalmente privilegiada, con rincones vírgenes, donde se respiraba una atmósfera de violencia muy pesada. Sin ir más lejos, quien fuera mi anfitrión en ese viaje, fue ejecutado en su propia residencia como tres meses más tarde por negarse a pagar una extorsión. Una tragedia. A finales de ese año me senté a investigar cómo era posible que por allí pasaran igual migrantes irregulares de Cuba, Haití, India, Pakistán, Nepal, Senegal o Somalia. Fui hasta Turbo, que es de donde salen hasta Capurganá antes de ir al tapón del Darién, y estuve una semana hablando con la gente. Era evidente la existencia de una red ilegal de coyotes que se aprovechan de la vulnerabilidad y la desesperación de los migrantes. También parte de las autoridades. Los venezolanos aún casi no formaban parte de esos grupos de migrantes que enfermaban o morían en esas travesías. Es dramático.
—¿Qué extrañas de Venezuela? ¿Qué no extrañas?
»De Venezuela extraño a mis amigos y familiares. Extraño atmósferas y posibilidades que se esfumaron, el color de la noche que me hizo vibrar cuando tenía quince y veinte y treinta años, la sonoridad de aquella alegría…, pero no extraño la violencia en sus múltiples formas, entre las que destaca, por supuesto, el abuso sistemático de un régimen de gobierno corrupto, cínico, criminal y opresor, que ha hundido a Venezuela en una miseria injusta y sin precedentes.
—¿Cuál es tu próximo proyecto literario?
»El próximo es una novela sobre la salsa, que ya está terminada; estoy buscando un sello editorial en el que pueda encajar bien, esa es otra clave que a veces olvidan los escritores. En ella hay mucho baile y erotismo, mucha cultura callejera y caribeña. El siguiente, después de esa novela, creo que tendrá más que ver con lo que te acabo de responder en la pregunta anterior. Ya veremos, escribir a veces puede ser como tener sexo, ojalá buen sexo. Y otras veces puede ser una deriva.