Este es el testimonio de una ciudadana venezolana, pobre, madre de dos hijos y de apenas veintitrés años al momento de la charla, en julio del 2016. Ella vivía en el sector La Ensenada, contiguo a la Carretera Panamericana, en Caracas, Venezuela, donde se efectuó un operativo de la llamada Operación de Liberación del Pueblo (OLP), en julio del 2015.
El relato que sigue refleja el padecimiento de la violencia institucional que, aparte de la falta de alimentos y medicinas, de una inflación desbordada y de una violenta crisis política, azota a millones de habitantes en la llamada tierra de Bolívar.
La mujer que habla nació allí, en La Ensenada, y había vivido en ese caserío toda su vida. Vivía con su esposo y sus dos hijos. Antes de eso vivió con sus padres, quienes también se criaron allí. Su abuelo, Lorenzo González, fue uno de los fundadores del sector. Ella se llama Emily León y no tiene miedo de usar su nombre:
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»La madrugada del 24 de julio de 2015, a las cuatro y treinta de la mañana, llegaron funcionarios de la Guardia Nacional y secuestraron el sector. Toda la comunidad estaba durmiendo. Ellos con un parlante empezaron a decirle a la gente que nadie podía entrar ni salir y que en poco tiempo iba a llegar el comandante en jefe, que era el que iba a decir lo que pasaba.
»A eso de las siete de la mañana llegó el comandante de la tropa informando que era un desalojo y que era una orden presidencial, sin entregar ningún papel o algo, lo dijo solamente de boca. Que teníamos dos horas para desalojar, por las buenas o por las malas, que nosotros decidíamos cuál sería el procedimiento. Obviamente, imagínate, después de tantos años ahí, cada uno tenía sus casas, y no eran ranchos. Eran casas de bloque con porcelanato, había casas de dos o tres pisos. Era muy difícil ver cómo tantos años de esfuerzo se te podían ir a la ruina en un par de horas.
»La gente empezó a reunirse con ellos: ¿que dónde estaban los derechos humanos, dónde estaba la Lopna para que protegieran a los niños? Llegaba la gente del Ministerio Público, nos dijeron que teníamos que desalojar, que era una orden y nos dieron un papelito que supuestamente iban a validar para ver qué se podía solucionar más adelante. No nos ofrecieron un refugio, nada. Solamente: “Se van a la calle y ustedes verán dónde”. Era un papel de triaje. Aparecía, por ejemplo, una familia con cuatro adultos y dos niños. Así, como una lista, eso era todo.
»La gente preguntó por refugios y ellos dijeron que nos podían ayudar con los camiones de Barrio Nuevo Barrio Tricolor para que nos cargaran las cosas adonde quisiéramos llevarlas o para un depósito en La Yaguara, donde nunca llegaron los enseres, y aquellos que llegaron se perdieron. Hasta el sol de hoy no volvieron a aparecer.
»Después nos dijeron que en El Poliedrito nos iban a dar respuesta sobre un refugio con el papelito que nos habían entregado. Un vecino bajó y volvió y nos dijo que era mentira. Trancamos la Panamericana exigiendo que se acercara el alcalde de Libertador para que nos diera una respuesta. Los Guardias nos reprimieron. Nosotros lanzamos palos para la Panamericana y ellos golpearon a mucha gente, a mí me dieron con el escudo antimotín y me lanzaron por un voladero, me golpeé la cabeza y la espalda, pero obviamente en ese momento yo estaba tan brava que no le paré. Más me preocupaba que a mi hermano, que era menor de edad, y a otra hermana, mayor, se los habían llevado detenidos junto a otra persona.
»A mi hermano lo golpearon hasta decir basta, en la cabeza, con el casco, y por el cuerpo. Lo tuvieron detenido por ocho horas. Le hicieron firmar un papel en el que dejaba constancia de que ellos no le habían hecho nada. Él, obviamente, accedió. Nosotros estábamos con las manos atadas, ¿cómo hacíamos para que no nos derrumbaran las casas, y con ellos detenidos?
»Los estudiantes de la Guardia Nacional eran los que sacaban las cosas de las casas, los que nos desvalijaban. Algunas cosas se perdieron. Otras quedaron adentro y cuando demolieron las casas terminaron aplastadas. Eso pasó el 24 de julio del 2015. Ellos, para evitar que volviéramos a entrar a las casas, les abrieron huecos a las paredes con mandarrias. Estaban destruyéndome mi vida entera. Nos dejaron en la calle, sin nada. Y no podíamos correr para donde un primo, un hermano, porque toda la familia vivía allí. A la Guardia no le importó que pasáramos la noche con los niños en la carretera, exponiéndonos a todos los riesgos; amanecimos y ellos volvieron a llegar a las seis de la mañana con la maquinaria pesada. Y empezaron a derribar las casas. ¿Y se supone que este es el gobierno de los pobres? ¿Este es el gobierno que acusa a la derecha?
»Ellos repetían que éramos una invasión, pero como nosotros les decíamos: después de treinta y tres años hay varias leyes que nos amparan. No creo que haya sido por eso, porque esto nació como una invasión. Dijeron que era una orden presidencial y no entregaron documentos. Mi abuelo decía que lo iban a tener que fusilar antes de sacarlo de su casa y hubo un militar que le dijo: “Bueno, lo siento, pure (viejo), pero por las buenas o por las malas usted tiene que salir”. Tuvimos que quitarlo de ahí. Él estaba sufriendo mucho, una persona mayor, de ochenta y tres años, su esposa no tenía ni un año de haber muerto.
»El sector era, prácticamente, agricultor. Teníamos siembras y crías de animales. Aguacate, café, lechuga, tomate, pepino, cebollín, cilantro, mango, teníamos de todo ahí. Aparte se criaban conejos, ovejos, cochinos, gallinas. En todas las casas había animales. Mi abuelo tenía una cooperativa, una granja, llamada granja Don Lorenzo. Los animales, bueno, algunos los soltamos y se fueron hacia la montaña. Otros se los robó una gente de la alcaldía. Otros se los llevaron los militares.
»Casi todo lo que cosechábamos se vendía. De hecho, una parte de las legumbres se le vendía a la Misión Agro Venezuela, del propio gobierno. Yo no me encargaba de eso, pero sé que era así. Ellos, incluso, nos habían ayudado antes con semillas. Nosotros teníamos un centro electoral, el gobierno nos había aprobado ya un proyecto de electricidad, torrentera y aguas servidas. El Ministerio de Vivienda y Hábitat también aprobó el proyecto de ranchos por viviendas y llegó a ayudar a algunas personas a mejorar sus casas. Por eso no entiendo lo que pasó.
»La comunidad estaba conformada como Centro Comunal La Ensenada, teníamos un centro electoral, comité de Madres del Barrio, Milicias Bolivarianas, Unidades de Batalla Bolívar-Chávez (UBCH), Círculos de Lucha Popular (CLP)… Incluso, en las elecciones que fueron el 06 de diciembre de 2015 (cuatro meses y medio después de haber desalojado y derribado las viviendas), en nuestro sector ganó el chavismo.
»Obviamente, la gente estaba dolida y molesta, pero aún así pensamos que los únicos que nos podían ayudar eran ellos: el gobierno chavista. Sin embargo, no fue así. Yo voté por ellos (sonríe, con vergüenza). ¿Y cómo sé que ganó el gobierno de Maduro? Porque fui testigo de mesa. Yo tenía la duda de si el Presidente o los más altos funcionarios sabían en realidad lo que había pasado. Por poner eso en duda, por querer creer que había sido una equivocación, pues nada, pensábamos que ellos eran los únicos que nos podían ayudar. Y la realidad fue otra. Cuando llegamos a la Asamblea Nacional y vimos que la comisión estaba presidida por la diputada (de la oposición) Delsa Solórzano, hubo personas de mi comunidad que repetían que ella no nos iba a ayudar, y fue lo contrario. Conseguimos a una mujer que se sensibilizó con el caso de nosotros. Lo que pensábamos que íbamos a conseguir por un lado, al final lo conseguimos por el otro.
»¿Si hoy ganaría otra vez el gobierno? Yo creo que por lo menos la mayoría no votaría a favor de ellos.
»Hemos ido a la Defensoría del Pueblo, a la Vicepresidencia, a Provea, a la Asamblea Nacional. Y la verdad es que para ellos, para el gobierno, nosotros no somos víctimas. Ellos dicen que ahora nos financian y nos pagan para ser de oposición. ¿Por qué? Porque tenemos camisas y chapas. Pero la verdad es que hoy vivimos casi veinte familias en una misma casa. Nosotros reunimos para comprar franelas, ese es el sudor de mi trabajo. Mis hijos duermen en el piso en una casa de tres cuartos en Casalta (zona popular al oeste de Caracas).
»Allí somos más de treinta. Mi persona duerme en la sala, también en el piso, con mis niños y mi pareja, que es electricista. Otros duermen en un cuarto, en literas. O en el piso, en otras áreas. Ahí llegamos por un amigo de una hermanastra que yo tengo. El señor tenía esa casa y nos la prestó. Primero no quería, porque éramos muchos y sabemos que eso es delicado. Nos pidió que no la dañáramos y que si la dañamos, la arreglemos. Allí todos los que vivimos somos de La Ensenada. En cada familia trabaja por lo menos uno. Es difícil llevar a los chamos al colegio. Los traemos de Casalta a Coche para que estudien. Es lejos. Salen a las cinco de la mañana, cuando aquí en quince minutos ya estaban en clases.
»¿Quién dice que nos financian? Esas son palabras mayores… si te digo eso… porque ha sido en las reuniones que hemos tenido con personas del gobierno. Eso es muy delicado. Una viceministra, una diputada del Polo Patriótico y otro alto funcionario, que dice que se siente atacado por la forma en la que nos organizamos. Dicen que nos pagan y que nos financia Provea. Imagínate.
»Hay personas del comité que están en Trujillo, San Cristóbal, Mérida. Hay gente que no tiene nada. Pero cuando te digo nada es nada. Somos pobres. Ellos no nos toman en cuenta, nos violaron nuestros derechos y ahora no les importa nada. No tienen interés en preocuparse por ayudarnos o siquiera reconocer que cometieron un error. Es muy difícil reconocer una equivocación públicamente. Yo entiendo eso, pero nosotros estamos en la calle y pasamos mucho trabajo. Hay una mujer que estaba embarazada durante el desalojo y hoy en día vive en un estacionamiento junto a sus dos hijas, más la bebé que tuvo ahorita. ¿Y se supone que este es el gobierno del pueblo? Qué va.
»Nosotros hoy en día estamos conformados como el Comité de Víctimas de la OLP, eso abarca tres manzanas de casas de La Ensenada y otros sectores aledaños donde vivían menos familias. En la Ensenada eran ochenta y seis casas. En el Comité, en total, hay ciento diez familias.
»En los veintidós años que viví yo allí nunca presencié un robo y nunca vi un solo muerto. Nosotros a veces dormíamos con las puertas abiertas. Nos sentábamos afuera de nuestras casas y durábamos ahí hasta la medianoche. Nunca permitimos que otros invasores desconocidos construyeran ahí sus ranchos. Solamente lo hacían los jóvenes de las mismas familias, y lo hacíamos ya en casas de bloque. De ahí nunca salió un delincuente que apareciera después muerto o en las noticias. A mí me han robado en las camionetas (autobuses), pero allí jamás. Mis hijos jugaban afuera con los demás niños y yo adentro cocinaba como si nada porque nunca vi un problema.
»A mí me llevan detenida el 26 de julio, dos días después del desalojo, cuando las casas ya estaban derrumbadas. El papel de triaje que ellos nos dieron se suponía que nos iba a servir para que nos dieran una posible respuesta para un refugio, y yo quería ver si se podía salvar algo. Ahí hubo gente que se quedó solamente con la ropa que tenía puesta. Hubo enseres y documentos que se me quedaron adentro. Regresé aún sabiendo que el sector seguía custodiado por guardias, pero necesitaba recuperar una documentación de los niños. Le pregunté a un general o un coronel, no sé qué rango era, si podía pasar a la casa y me dijo: “Ah, tú eres la dueña de la casa”. Le dije que sí y le pregunté: “¿Pero de cuál casa me está hablando porque están todas en el piso?”. “No, no, no. Súbete en el convoy”, me dijo. Y yo: “Pero, ya va, ¿por qué?”. “No, súbanla”. El hombre dio la orden.
»La gente de la comunidad empezó a decir que no, a preguntar por qué, había como veinte. Solamente me subieron a mí en ese momento. Luego trajeron a otro muchacho que también tenía su siembra ahí, un cultivo grande. Sacaba semanalmente cestas de lechuga, tomate, ají, cebollín. Muchas legumbres. Se llama Edgar Yépez, debe tener unos treinta y cinco años, si no me equivoco. Él sí tenía menos tiempo viviendo allí, pero era prácticamente familia. Lo detuvieron porque tenía 380 gramos de bicarbonato. Con eso él preparaba los fertilizantes que le echaba a sus plantas de legumbres, pero se lo llevaron porque supuestamente eso se utiliza para preparar droga.
»Yo lo conozco muy bien. La comunidad se la pasaba ahí. Yo no creo que eso de la droga pudiera haber pasado. Los guardias buscaban un culpable para lo que ellos hicieron. Al día siguiente salió en los periódicos que habían sacado paramilitares y habían conseguido armas y uniformes como de guerrilla. Nos hicieron ver de esa forma, como paramilitares. En internet también hubo un artículo. No decía nuestros nombres, pero sí que había dos detenidos por el bicarbonato y por catorce plantas de marihuana. También decía lo de las armas. Imagínate. Eso es mentira. Eso es totalmente falso. De haber sido cierto, se habrían llevado a más personas detenidas y nosotros no hubiéramos salido en libertad. Yo estaría presa todavía.
»Nos llevaron a El Poliedirto, donde había módulos del Cicpc, de la Guardia, del Saime, el Seniat… una funcionaria me dijo que solo iban a verificar si yo era venezolana y si tenía algún problema con la ley. Yo le dije que no había ningún problema. Llamé a mi mamá y le dije que saldría pronto. Después de verificar, me sacaron y me llevaron donde había varios guardias nacionales reunidos, creo que de alto rango, y me preguntaron: “Ah, tú eres la dueña de la marihuana”. Yo les dije que no, que estaban equivocados de persona. Pero me volvieron a montar en el convoy. A partir de ahí estuve incomunicada.
»Me llevaron al (Comando Regional de la Guardia Nacional) Core 5, que queda por La Mariposa. Ahí me tuvieron el domingo. Fue una fiscal y me preguntó por qué me tenían ahí. Le conté y me dijo: “Bueno, no puedo hacer nada. Te van a presentar ante los tribunales”. Le pregunté por qué, si yo había ido por unos papeles y no tenía nada que ver con eso. Ella no me dijo nada y se fue.
»El lunes me llevaron al Cicpc, al médico forense, y me presentaron a los tribunales. En el Core 5 dormía en una colchoneta que ellos me pusieron en el piso de una oficina. En los tribunales le expliqué a la jueza lo que había pasado, la fiscal leyó solo lo que estaba en un papel. La jueza decidió que tenía que dictar cuarenta y cinco días de privativa de libertad bajo investigación. Yo no sé de leyes. A mí me detuvo un subdirector del desalojo. No le tomaron fotos a la supuesta planta que consiguieron en el sitio donde ellos dicen que la habían conseguido, sino que la foto era de la oficina en el Core 5. No había testigos. Dijeron que la habían conseguido en la casa número tres y mi casa era la número cinco. No había una sola razón, aparte de que yo hubiera llegado a ese lugar, que era donde vivía.
»La jueza había dicho que debían recluirme en la cárcel de San Juan de los Morros y el abogado que había logrado contratar la comunidad para mí y para el otro muchacho, consiguió que no me trasladaran a Guárico, sino que me llevaran a la cárcel del Inof (Instituto Nacional de Orientación Femenina).
»Duré otros cuatro días en el Core 5 hasta que me llevaron al comando de la Guardia Nacional en El Recreo, donde duré treinta y ocho días. En el Core 5 nunca me pidieron plata ni me dijeron nada de eso. Más bien había guardias que me decían que ellos sabían que yo era inocente, pero que no había más remedio. Que aunque era injusto, una tenía que caer y la que había caído era yo. En el Recreo estuve con diez mujeres más, una de ellas porque vivía alquilada en uno de los apartamentos de la Gran Misión Vivienda Venezuela y se la llevaron presa por invasora. Otra porque tenía un bulto de azúcar y la llevaron presa por bachaquera. El resto estaba por robo, secuestro, extorsión.
»El primer día dormí esposada a unas escaleras porque, según me dijo uno de los que estaba ahí, como no me conocían no podían correr riesgos. Yo siempre traté de mantenerme al margen. Ni busqué problemas ni me mostré muy sumisa. Cuando se dieron cuenta de que yo era inocente, me protegían. Comía lo que me llevaba mi familia y nunca me la quitaron. Pasé treinta y ocho días y luego me trasladaron al Inof. Allí estuve tres días, hasta que salí, el jueves 10 de septiembre (2015).
»En El Recreo pasábamos todo el día sentadas o acostadas. Estábamos muy cerca de la puerta. No nos permitían que nos paráramos, a menos que fuéramos al baño o a barrer. Yo esos treinta y pico de días que estuve ahí me mantuve casi siempre acostada. Cuando me llevaron al Inof, el mismo día que me llevaron me pusieron en orden cerrado, a hacer ejercicios, como si fuera militar, sin haber desayunado ni almorzado. Me desmayé. Me llevaron al cuarto, me acostaron con los pies pa arriba. Allí estaba con otras siete mujeres. Se suponía que iba a estar ahí unos quince días, antes de que me sacaran con el resto de la población. Pero gracias a Dios la boleta de salida me llegó antes.
»Quedé en libertad bajo régimen de presentación cada quince días. Hasta que llegó el sobreseimiento de la causa el 25 de noviembre. Esos tres días en el Inof no estuve ni bien ni mal, aunque vi la comida más espantosa que te puedas imaginar. La noche que llegué era una arepa con un masacote ahí como un diablito (jamón para untar hecho a base de pernil y lomo de cerdo). Las presas nos comíamos solo la arepa. El siguiente día, el desayuno fue un atol (cocción dulce de maíz en agua). El almuerzo fue una pasta que no se comió prácticamente ninguna. Después mejoró un poquito. Ahí la única luz que yo veía era la que entraba por debajo de la puerta. Me desesperaba pensar que no iba a salir más nunca. Pensaba en mis hijos. Al otro chico sí lo habían enviado a la cárcel de Guárico y le llegó la boleta de salida el mismo día.
»Ahora trabajo en Fuerte Tiuna y me da miedo, porque aquí me he conseguido a varios militares que me trasladaron o en algún momento vi mientras estuve presa, uno que me llevó hasta la puerta del Inof. Se me quedan viendo como diciendo: “Yo te conozco”, pero yo volteo pa otro lado.
»Allá yo tenía el cabello recogido y estaba sin maquillaje, como una loca. Aquí siempre estoy con temor. Yo ni fumo ni tomo y me viene a pasar esto. Cuando tú eres delincuente o te preparas para algo malo, okey, pero cuando te has dedicado a tu casa y a tus hijos y te pasa esto, no… No no no. Yo le agarré miedo, sobre todo a la Guardia Nacional. Me da miedo que por cualquier tontería, si me reconocen o les caigo mal, me quieran volver a detener. Ese es el gobierno que tenemos, eso es ahora el chavismo para mí.
»Provea nos consiguió un derecho de palabra en la Asamblea Nacional. Luego de eso se fueron abriendo puertas en los medios y se hizo un enlace con el Defensor del Pueblo y con el Ministerio de Vivienda y Hábitat, con la viceministra Hilda Cabezas, pero hasta ahí. O sea, nos reunimos, hablamos, pero no hay respuestas. La viceministra lo primero que dijo, de entrada, es que no había casas. Y que si llegase a haber, sería fuera de Caracas. Nosotros perdimos la casa y los enseres, todo lo material, pero aparte nos hicieron un daño físico, psicológico y moral, sobre todo a los niños. Por eso la comunidad está pidiendo una indemnización para las ciento diez familias.
»Volvimos al lugar este mismo año, 2016, por un reportaje que nos hizo CNN en Español, y nos dimos cuenta de que en medio de las ruinas ya hay diez ranchos. Entiendo que haya familias necesitadas, pero no veo lógico ni puedo entender cómo nos derrumbaron a nosotros las casas de dos y tres pisos y ahora permiten que haya ranchos en un sector que ahora es como una zona de guerra. No hicieron nada, pues.
»Nos puedes dar unas viviendas, okey, te las recibo porque estamos necesitados. Me tumbaste una casa y me das otra. Pero, ¿y los daños? Mucha gente me dice que estoy loca, que cómo se me ocurre ponerme en evidencia y salir en primera plana… ¿Tengo miedo? Sí, por mis hijos y mi familia, pero no podemos quedarnos callados, porque hoy somos nosotros y mañana pudiera ser quien sea. Hasta ahora no he tenido ningún tipo de represalias y espero que no las haya.
»Yo me imagino a futuro algo bien. Mis hijos me reclaman y me reprochan todos los días: “Mamá, ¿y cuándo es que voy a tener mi casa, porque yo veo que tú me dices que siempre estás trabajando y que nos vamos de madrugada y llegamos de noche porque estás trabajando para comprar una casa, pero tú trabajas todos los días y no tienes una casa todavía. Son palabras que… ¿cómo se lo explico? (llora).
»Gano sueldo mínimo más tickets de alimentación y comisiones, dependiendo de la venta del mes. Con eso no hago nada, imagínate. La comida no se consigue. La mayoría se gasta en los bachaqueros en la calle, en Catia o Petare, porque no tenemos tiempo para hacer colas (filas). Todo lo pagamos con lo que gano yo más lo que gana mi pareja. Y es difícil. Aguanto por ellos. Por el “bendición, mami”, o cuando mi hija me dice, en la noche: “Me voy a dormir, mami, porque mañana tenemos que pararnos temprano para ir a trabajar”. O cuando me dice, “tengo que terminar de estudiar para ayudarte, mamá”. Esas son las cosas que me fortalecen y me deprimen al mismo tiempo.
»¿Qué hago? Me siento con las manos atadas. Mis hijos duermen en el piso, pero ellos tenían su cuarto, tenían su espacio. Al mayor siempre lo tengo que tener ocupado, porque si lo dejo solo y tranquilo de repente lo consigo llorando, me dice que quiere llegar de día a su casa y volver a su cuarto, que extraña lo que tenía. Uno se hace más fuerte en medio de la debilidad. Por ellos es que estoy luchando y dando la cara. No voy a tirar la toalla».
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Antes de despedirme le pido que me permita acompañarla al negocio donde trabaja. Allí están sus dos niños. No fueron al colegio porque para el momento existe una orden del Ejecutivo que impone los viernes como día libre para distintas empresas y sectores, incluyendo el educativo, con el fin de ahorrar electricidad como consecuencia de una crisis en el sector energético, que pertenece al Estado y está controlado por militares. La misma industria que años más tarde mantiene en vilo a toda una población debido a sus frecuentes y cada vez más extendidos apagones.