Venezuela es, cada vez más, un territorio de muertos y sobrevivientes. Comer tres veces al día es un lujo para millones, enfermarse es un riesgo para todos. El desequilibrio emocional de la mayoría de sus habitantes es intenso, pasan de la euforia a la incertidumbre; desean, pelean y sufren. Se les enredan las esperanzas con las frustraciones. Están agotados, tienen rabia y miedo. La severa crisis actual los arrincona y los abruma.
En semanas recientes, las fallas del sistema eléctrico nacional han dejado saldos terribles para la cotidianidad venezolana: con la hiperinflación que existe en este país y las enormes dificultades para conseguir alimentos y tratamientos médicos que requieren refrigeración, un apagón de dos, tres o cinco días seguidos representa un verdadero drama. Han crecido, sin embargo, iniciativas y redes de solidaridad para aliviar el dolor.
No todos los hospitales públicos cuentan con plantas eléctricas y esto ha originado más fallecimientos de los habituales en sus salas de urgencias y cuidados intensivos, incluyendo niños y recién nacidos en las maternidades, a los que muchas veces les tienen que aplicar respiración manual. También resulta complejo, cuando no imposible, suministrar tratamientos de diálisis a pacientes con insuficiencias renales.
Al dolor y la oscuridad en las noches se suman la falta de agua y la mala conectividad por las caídas de las redes. En las calles de las ciudades principales se ha vuelto común ver tanquetas, policías y militares armados, o incluso motorizados afines al chavismo y con poder de fuego, para amedrentar a los que se atreven a protestar públicamente. La represión y criminalización de las manifestaciones sigue siendo una constante.
Ha habido saqueos y detenciones, pero quienes viven adentro están muy desinformados debido a la censura existente impuesta desde el poder para beneficiar a Nicolás Maduro. Al día de hoy el chavismo ha cerrado 99 medios radioeléctricos, y solo desde el 2013 un total de 66 diarios han suspendido sus ediciones impresas, según el Instituto Prensa y Sociedad en Venezuela (IPYS). Por si fuera poco, en lo que va del 2019, más de cuarenta periodistas y trabajadores de la prensa han sido ilegalmente privados de libertad y sometidos a interrogatorios en condición de aislamiento e incomunicación. Estas cifras son del Sindicato Nacional de Trabajadores de este gremio.
Allá existen sobre todo los medios digitales, aunque es notable el blackout informativo en radio y televisión. En marzo, durante los días del apagón, periodistas locales y extranjeros iban a hoteles con capacidad de generar su propia energía; pero sin luz o con señal intermitente en sus celulares o computadoras, se hace difícil para los ciudadanos leer cualquier noticia.
Acostumbrados a despedirse de sus afectos en los últimos años, quienes aún se mantienen en ese país son obligados a inventar escapes o confrontaciones. Pese a que el liderazgo chavista los anula, les arrebata el derecho de optar por bienes y servicios esenciales, y los obliga a vivir (y a morir) en condiciones indignas, existen múltiples esfuerzos de ayuda y colaboración para atender el hambre y las enfermedades de los más desfavorecidos.
En 1958, Gabriel García Márquez escribió una crónica titulada: “Caracas sin agua”. Lo que el genio de Aracataca describe en su brillante reporte languidece frente a lo que pasa hoy no solo en la capital, sino en casi todo el territorio: esta dictadura devolvió a Venezuela unos sesenta años en el tiempo; en la actualidad es uno de los países más atrasados de la región. Si eran miles los que comían de la basura, en las últimas semanas son otros tantos los que ante la falta de agua van a bañarse en ríos o quebradas. Han aumentado la pobreza y las grandes desigualdades en medio de una sociedad azotada por el crimen. Las tasas de homicidios están entre las más altas del continente.
Recientemente, una tripulación de la línea aérea Air Europa tuvo que escapar de unos ladrones que se terminaron enfrentando a tiros con la seguridad del hotel donde se hospedaban al salir del aeropuerto internacional Simón Bolívar, de Maiquetía, donde la frecuencia de vuelos ha disminuido de forma drástica.
El colapso es alimentario, pero también financiero, de seguridad, tecnológico, de salud y servicios básicos. El chavismo militarizó la industria petrolera, también las aduanas, puertos y aeropuertos, militarizó empresas siderúrgicas y mineras, complejos industriales e instalaciones eléctricas, también el transporte de alimentos y, obviamente, las fronteras. Sin embargo, ante la crisis nacional, sus voceros solo hablan de sabotajes y guerras: económica, comunicacional, eléctrica, paramilitar… La respuesta a cualquier dificultad, tal como hace el castrismo en Cuba desde hace décadas, nace del “bloqueo económico”, no de la comprobada corrupción y falta de mantenimiento de las industrias y sus sistemas operativos.
Es cierto que existen sanciones financieras recientes hacia el Estado venezolano por parte de distintos gobiernos, en especial el estadounidense, como también es cierto que para analizar lo que vive hoy Venezuela es imprescindible entender la influencia que ha tenido en su alto poder la dictadura cubana. No en balde, el mismo Hugo Chávez prefirió abandonar su propio país, donde ya tenía 14 años gobernando y acababa de ganar una elección presidencial, para tratar su enfermedad en La Habana. Confiaba más en los sistemas de salud y seguridad de Cuba que en los de Venezuela.
De ahí que no sea extraño el señalamiento automático a los gobiernos de Estados Unidos y sus países aliados, incluida Colombia, claro, como responsables directos; lo mismo que a los políticos que ejercen el poder desde la Asamblea Nacional, con Juan Guaidó a la cabeza luego de proclamarse públicamente presidente encargado de Venezuela, mientras se instala una junta de transición capaz de convocar nuevas elecciones.
Los primeros meses del 2019 han sido frenéticos. Este choque de poderes, más que singular es inédito. Las estrategias de confrontación y negociación diplomática, sobre todo hacia el extranjero, con la OEA, el Grupo de Lima, la Unión Europea y la ONU como actores de peso, y con Estados Unidos, Rusia, Colombia y Brasil como protagonistas, sigue dejando más incertidumbres que certezas.
Más de cincuenta mandatarios en el mundo reconocen a Guaidó como presidente interino de Venezuela, pero las líneas del futuro inmediato siguen siendo borrosas. Internamente, la mayoría de la población está desesperada. Sus penurias se multiplican. El día a día es un delirio. Sube la tensión y se endurecen las posturas en medio de la catástrofe y la ausencia de Derechos Humanos. No es de extrañar que siga creciendo de forma masiva el número de migrantes venezolanos.
¿Qué está pasando con el poder político?
Esta crisis institucional inició el 23 de diciembre del 2015, cuando los diputados del chavismo, tras perder la mayoría en el Parlamento para el siguiente período, designaron trece magistrados para el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) sin respetar lapsos ni presentar sus credenciales: todos leales a Maduro, algunos militantes del partido de gobierno.
Este mismo TSJ declaró en desacato a la Asamblea Nacional y se adjudicó sus competencias, violando la Constitución. Y esto desencadenó casi siete mil protestas ciudadanas en cuatro meses a lo largo y ancho del país, que fueron reprimidas por las fuerzas policiales y militares de la dictadura. Según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, el saldo trágico de estos enfrentamientos, entre detenciones y tratos crueles, fue de 163 asesinados.
Como respuesta a esta realidad, Maduro y sus ministros se inventaron una nueva elección que no figura en la Constitución sin previo referendo: la de una Asamblea Nacional Constituyente (ANC). La oposición no acudió al llamado de esta elección, por considerarla ilegal, y así nació un nuevo poder viciado que tampoco cuenta con legitimidad internacional.
Sin tener facultades para hacerlo, fue esta ANC la que adelantó y convocó las elecciones presidenciales que ganó Maduro en mayo del 2018. Millones de venezolanos migrantes, ahora en el extranjero, no podían votar. Los líderes opositores de mayor peso estaban inhabilitados o encarcelados. Por ello, estos comicios también son considerados fraudulentos por organismos internacionales y otros países de la región.
Debido a lo anterior, en enero del 2019, una vez terminado el periodo presidencial de Maduro, la AN declaró que él estaba usurpando el cargo, y Juan Guaidó, como líder del cuerpo legislativo, asumió las funciones como encargado. Este hecho ofrece solo dos posibilidades para tomar postura: o se asume que es un extraño golpe de Estado sin apoyo militar aunque con aliados de la diplomacia internacional contra la cúpula que encabeza Maduro. O se entiende que la Constitución de Venezuela plantea esta opción en sus artículos 233, 333 y 350.
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Este texto fue publicado en la edición de abril y mayo de la revista Actual, que se distribuye en Barranquilla, Colombia.