Cruel es el tiempo sin reversa, la imposibilidad de volver a sentir el aroma de tu aliento, tus caricias y lo que ocurría cuando estabas. Muchas veces me negué a aceptar gestos de un amor único y al mismo tiempo universal. Y ahora pienso tanto en ello.
Cuánto me enseñaste: a admirar la delicadeza y a reconocer la importancia del respeto y el placer, por ejemplo.
Me hablaste de mujeres como pétalos de flores y la vida me dio a una pequeña que nació hermosa y con buen tallo. Ella crece bien gracias, en parte, a tu humildad, a tu capacidad para comprender al otro. A tu bondad. Hoy sin ti soy un hombre más débil, pero también alguien justo y sensato, porque camino más solo y recuerdo que el encendido de tus rabias, alegrías y reflexiones siempre ocurría desde el cariño y el agradecimiento.
Soy una persona que mejora tus errores, alguien que se mueve con nostalgia hacia la noche, un aprendiz que come fiesta y bebe deseos, soy ese mismo niño volteando para ser visto, el homenaje torpe a tus palabras sabias.
Y simples. Hermosas.
Me duele no poder verte aunque sea de lejos, aunque sea por diez o quince segundos, y también me duele saber que tu protección es solamente una idea que me niego a soltar. Como ves, soy un hombre con dudas. Eso debe llenarte de orgullo.
En tu ausencia he seguido siendo honesto y testarudo, escucho más a mi corazón que a los consejos que me regalan otros, así sean mis amigos.
Hoy te escribo porque me siento un poco triste, pero la verdad es que sé y me repito con frecuencia que soy un hombre privilegiado. Sigo tratando de construir una vida con muchos momentos de alegría. Estoy más tranquilo, madre, y tú también puedes estarlo, porque soy ese muchacho que siempre soñaste, el hijo imperfecto hecho de tu amor.