El 18 de mayo, la Policía Nacional Bolivariana (PNB) detuvo a un sujeto con una gandola robada en Yaracuy. Yo me pregunto: ¿quién se roba una gandola y para qué? ¿Para revenderla? ¿Le cambia los seriales al motor y la pone a “trabajar” como si nada? ¿Dónde la esconde? ¿La despieza y la vende por partes? Además de ingenuo, sé muy poco de mecánica.
La nota de prensa del Ministerio de Interior, Justicia y Paz dice que esa gandola la conducía José de Jesús Roldan Alcalá, quien tenía “múltiples registros policiales por hurto de vehículo, violencia física y posesión de droga”. Una joyita. También me pregunto: ¿Por qué estaba libre? ¿Había sido juzgado y se fugó de la cárcel? ¿Gozaba de algún beneficio procesal? ¿Pertenece José de Jesús a una banda de paramilitares, como quiso hacernos creer semanas atrás el titular del despacho de ese ministerio, Gustavo González López, antes de jurarnos que la criminalidad está disminuyendo?
No pretendo trabajar con el aspecto “cuantitativo del modelo de expresión matemático aritmético”, porque aunque no me va tan mal en el dominó y logré una nota máxima en Estadística en 1996, tampoco puedo decir que soy infalible con los números. Hay un hecho, sin embargo: desde el departamento de comunicaciones del Ministerio de Justicia han aumentado las informaciones sobre detenciones a delincuentes y desmantelamientos de bandas en Venezuela.
El mismo día de la captura de la gandola, el Cicpc del Táchira desmanteló la banda “Las burundangueras del centro” y distintas comisiones de la PNB detuvieron a “El Frankestein”en Barquisimeto y desarticularon a las bandas “El Wason” y “Los Morochos”, en Anzoátegui. Los primeros eran secuestradores y los segundos traficantes y ladrones, señalados como azotes en Barrio Lindo, en el callejón Las Flores.
Dos días después aprehendieron a integrantes de la banda “El Chivo” y capturaron en Zulia al “Manchao”, acusado de asesinar al cabo primero de la milicia bolivariana, José Gregorio Gil Dorta. Entre el Sebin y el Cicpc detuvieron en La Fría a cuatro personas que se dedicaban a la venta y distribución de drogas y pertenecían a la banda “Los Arroceros”.
Días más tarde detuvieron en Antímano, Caracas, a tres integrantes de la banda “Urbanismo”, dedicados a asaltar a los pasajeros que usan el transporte público. Decía la nota de prensa que “el Cuerpo de Policía Nacional Bolivariana continúa las averiguaciones para dar con el paradero de otros miembros, que están plenamente identificados”. Luego, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) y la Oficina Nacional Antidrogas (ONA), emprendieron una operación militar conjunta que conllevó a la inutilización de una avioneta brasileña con 616 panelas de cocaína, en una finca del estado Cojedes.
El 26 de mayo, el Cicpc capturó a cinco extorsionadores y ladrones de carros en Caracas, uno de ellos con registro policial como homicida; y un par de días después, pusieron a la orden del ministerio público a tres funcionarios de la PNB por haber extorsionado a una persona para que pudiera recuperar su vehículo, en Lara.
Entretanto, el Ministro González López celebraba la extradición de “El Colombia”, sentenciado por el doble asesinato del diputado Robert Serra y su asistente María Herrera. “Terroristas y asesinos que atacan a nuestra patria, los buscaremos hasta debajo de la tierra”, dijo entonces y, según el departamento de comunicaciones de su ministerio, gracias a un operativo especial desmantelaron ocho bandas delictivas en Caracas en un solo fin de semana: una se llamaba “Los Chukis”, otra “Los Chaguis”.
El 03 de junio capturaron al líder de la banda “El Mango”, de 20 años, por robo y distribución de droga en Lara; y a “El Pelón” y “El Wicho”, par de integrantes de la banda “Cara e mono”, señalados como azotes de barrio en Anzoátegui. Uno tiene 20 años, el otro 21. Ahora me pregunto: ¿cómo y quiénes le ponen esos nombres a las bandas? ¿De qué edad van a salir de la cárcel estos tres chamos? ¿De 20, 20 y 21? ¿De 21, 21 y 22? ¿De 28, 28 y 29? ¿Vivirán en adelante apegados a las leyes? Hagan sus apuestas.
Solo en estas últimas dos semanas ajusticiaron a unos jóvenes en Lomas de Urdaneta. Un exempleado asesinó a dos personas en un restaurante en La Campiña, también en la capital. Mataron en su casa a un médico oncólogo del hospital Domingo Luciani. Apuñalaron hasta la muerte a un indigente en Los Chaguaramos. Hubo un robo múltiple en un centro comercial de Puerto Ordaz. Una adolescente falleció en Petare al cruzarse con una bala que no era para ella. Le dieron dos tiros en la cabeza a un comerciante informal. Asesinaron a dos delegados sindicales en distintos hechos en Caracas. Mataron a puñaladas y batazos a un niño de 13 años en su propio apartamento en Caricuao. Mataron a otra chica de 13 años cuando salía de la ducha en su residencia en Los Valles del Tuy. A una pareja la quemaron con un cuchillo hirviendo antes de dispararle a cada uno en la cabeza, frente a la mirada de su hijito de 4 años, quien ya conoció el horror gracias a estos homicidas sin alma. Eso fue en Aragua, donde también queda la alcaldía de Mario Briceño Iragorry, que fue noticia a raíz de una protesta organizada que terminó en pandemonium cuando, según las denuncias, lanzaron a una periodista desde un segundo piso y apalearon a otro colega, ambos de la institución. La protesta original era contra el alcalde Delson Guárate, y él señaló como responsables de los actos violentos a los obreros huelguistas y funcionarios del Psuv, incluyendo a dos consejales.
Antes de que vaya a vomitar, déjeme terminar con varios planteamientos y otras cuantas pregunticas. En este artículo de opinión hay datos oficiales nada más de los últimos 20 días, que dan cuenta de la presencia de hurtos y robos de vehículos, extorsiones, tráfico de drogas, asaltos a mano armada, secuestros, múltiples homicidios y violencia institucional.
Supongamos que no existe una orden interna de aumentar las informaciones oficiales que demuestran que los cuerpos de seguridad en Venezuela actúan y lo hacen bien, que el Ministerio de Interior Justicia y Paz está haciendo su mejor esfuerzo.
Supongamos que entre los medios y el modelo de expresión matemático aritmético le quieren tender una emboscada al gobierno y que el único culpable de este drama es el expresidente de Colombia, Álvaro Uribe Velez.
Supongamos que esos integrantes de las bandas “Las burundangueras del centro”, “El Wason”, “Los Morochos”, “El Chivo”, “Los Arroceros”, “Urbanismo”, “Los Chukis”, “Los Chaguis”, “El Mango”, “Cara e’ mono” y otras seis que llegaron sin nombre, terminarán en las distintas cárceles donde los “pranes”, sus “luceros” y los integrantes del “carro” hacen fiesta a punta de balas.
¿Cuántas bandas siguen actuando de forma impune en Venezuela? ¿218? ¿574? ¿810? Recordemos que en septiembre del año pasado, el exministro Rodríguez Torres dijo que había identificado a 96 de ellas. El Estado venezolano, el mismo que tiene la facultad exclusiva de vender y distribuir las municiones en el país, ¿está en capacidad de hacernos sentir más plácidos y seguros en las calles y evitar que miles de familias queden despedazadas por los hampones y la injusticia?
¿Cómo le llamamos a esto? ¿Delincuencia, a secas? ¿Paramilitarismo, como prefiere el Ministro? ¿Guerra no declarada? ¿Estupidez de la pequeña burguesía? Si los organismos de seguridad del gobierno conformaran una banda organizada, por supuesto, para hacer el bien y nada más que el bien y derrotar al mal, ¿qué nombre le pondríamos: “¿Los Batequebraos?”. “¿Los Ñeros?”. “¿Los Cusurros?”. “¿Los Disfraces?”. “¿Los Amorales?”. “¿Los Mentirosos?”. “¿Los Chanchulleros?”. “¿Los Cambur y Peo”?
¿Cómo nombramos su desempeño preventivo y punitivo frente a la acción vandálica de ladrones, secuestradores, traficantes y asesinos? ¿Derrota aplastante? ¿Ineficacia, a secas? ¿Intento arduo para la paz y la vida? ¿Amor a la patria? ¿Cinismo puro?
¿Cuál es, esencialmente, nuestro conflicto? ¿Qué es lo que está enfrentado en esta violenta realidad? ¿Cómo van a sobrevivir no los niños, los empleados y patrones, los funcionarios, los médicos, las parejas y los buhoneros sin rostro de las próximas semanas, sino los propios criminales? ¿Cuál es la única forma de sobrevivencia y prestigio que contemplan estos delincuentes ante la mirada perdida del gobierno?
«En este país lo que hace falta es que mande un militar», repetían algunos y no pocos. Hoy son miles de ellos los que en nombre del pueblo y de la izquierda ocupan los cargos más altos en todas las instituciones de un Estado que se tambalea con el cuerpo abaleado. ¿Y qué nos juran? ¿A quiénes señalan como responsables de este azote? Hoy, las cosas por su nombre, nos mean en la cara y dicen que está lloviendo.
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Este artículo de opinión fue publicado originalmente en junio del 2015 en el portal Contrapunto.com