Estábamos a punto de ordenar la comida en un restaurante cuando me dieron el dato: Alicante, esa encantadora ciudad costera con sus puertos y paseos en la comunidad valenciana de España, además de ser famosa por su buen clima, sus bellezas naturales o por la gran cantidad de europeos que la visitan, lo era también por la abundancia y la suculencia de sus arroces.
Me encontraba allí por trabajo y en ese momento no lo pensé, pero a la mañana siguiente, antes de abandonar el hotel en el que me hospedaba, caí en cuenta: varios días atrás un par de energúmenas borrachas habían protagonizado un ataque racista y xenófobo que fue registrado en video por su víctima. Afortunadamente el video se hizo viral y ha generado bastante repudio en medios y redes.
El hecho había ocurrido a las afueras de Alicante.
Las dos mujeres, tambaleantes, soberbias y abotagadas de inquina, mostraron su profunda ignorancia y soltaron su odio contra una chica que había tenido la mala fortuna de cruzarse en su camino justo cuando ellas circulaban con su vehículo en sentido contrario al permitido. No sólo quebrantaron la ley y colisionaron poniendo en riesgo sus vidas y las de otros, sino que luego de aceptar su «error», mientras esperaban a las autoridades insultaron a la víctima, la golpearon, la mordieron y se burlaron de ella con desprecio:
«Te digo que me des tu nombre, subnormal», le exigió una de las agresoras.
«Eres Machu Picchu y eres Machu Picchu… Eres una india, eres una mierda y eres una basura», le dijo la otra.
Ambas son españolas.
La agraviada, en cambio, es venezolana. Y cuenta con nacionalidad española.
Yo la conozco. Se llama Adriana González Gil y ha quedado con algunas heridas visibles y otras invisibles producto de ese momento tan amargo que le tocó soportar y que aún no termina. A ella la acompañaba su novio, un joven español, a quien las dos racistas también intentaron golpear.
«Pero ¿tú quieres ser española?… Aquí en España eres una puta basura —le repetía una de las borrachas a Adriana—… Yo tengo los ojos azules, tú eres una basura; mira mis ojos, mira mis ojos».
Hacía muchos años que no veía a Adriana en persona, habíamos coincidido en la misma empresa periodística en Venezuela hace más de una década, cuando ella daba sus primeros pasos en el área de Diagramación antes de ser profesora de Diseño en una universidad. Nunca fuimos amigos cercanos, pero la recuerdo como una chica trabajadora, alegre, respetuosa y bondadosa, también bella y elegante.
«Si encima no vale de nada, tú eres una Machu Picchu… Tienes un cuerpo que eres una mierda (sic), que eres un noventa por ciento (sic)».
Desde hace años supe de Adriana de forma esporádica como se percibe a tantas y tantas personas: a través de las redes sociales. Así me enteré de que había migrado a España y había seguido preparándose y trabajando. Un viaje, algún reconocimiento, un like, tal vez un «feliz cumpleaños», poco más.
Hasta que estando en Alicante y aún con el gustillo del arroz con mariscos que me había comido la tarde anterior, recordé que en algún momento del video el par de cretinas que la atacaron y agredieron, entre otras idioteces le soltaron que ellas eran blancas y que, en cambio, los antepasados de Adriana se habían alimentado comiendo arroz.
Pobres mujeres.
«Que viene de la India, de comer arroz. Y alpiste», dijo una, a todas luces la más xenófoba.
Arroz. En Alicante. Reír para no llorar.
Fue entonces cuando llamé a Adriana, nos saludamos, le pregunté cómo seguía y le dije que casualmente estaba en la ciudad y me quedaban un par de horas libres por si le iba bien que compartiéramos un café.
Nos vimos junto a Ocho, su perro, y me contó que en los nueve años que lleva viviendo en España ha tenido que remar a contracorriente más de una vez. Al igual que muchos migrantes, debió ajustar su presente y su vida profesional a las circunstancias. Según me comentó, en el pasado también se tuvo que enfrentar a un jefe racista, machista y explotador. Adriana posee fuerza, talante y aplomo. Permaneció atada a uno de sus sueños y lo está cumpliendo: ahora trabaja en marketing, ha impulsado campañas exitosas, ha viajado al extranjero gracias a ellas y mantiene estupendas relaciones con varios de sus clientes.
Este terrible episodio reciente lo ha ido afrontando de la mejor manera que ha podido, sacando energía no sabe de dónde. Ya ha tomado acciones legales y no está dispuesta a dejarse pisotear por nadie. Tiene fuertes dolores en la zona cervical que le han rectificado, pero eso no le ha impedido atender llamadas de múltiples medios para denunciar públicamente la agresión que sufrió y luchar así contra el racismo y la xenofobia.
Para lidiar con la tristeza y la rabia apela a veces a su sentido del humor:
—Ayer me sentía tan mal que le dije a mi novio que estaba como en un setenta por ciento.
Ambos nos reímos y nos preguntamos qué le habría querido decir exactamente aquella racista con ese pretendido insulto. ¿Noventa por ciento india? ¿Noventa por ciento latina? ¿Noventa por ciento mujer? ¿Noventa por ciento humana? De haber sido una de las miles de turistas que llegan a Alicante desde el norte de Europa, pongamos alemana, inglesa, escocesa, austriaca u holandesa, ¿habría sido agredida de una forma similar?
«Ella sabe que es Pocahontas», le había dicho también la misma agresora. Y la propia Adriana, en medio de la adrenalina y la consternación, le respondió riéndose: «Es un halago, muchas gracias».
Mientras compartíamos unas croquetas y unas berenjenas, Adriana me dijo que había hablado con su madre, que aún vive en Venezuela y ha seguido a distancia y con angustia esto que le ha tocado padecer. Con tal de calmarla un poco, ella aprovechó lo de Pocahontas para soltarle a modo de chiste en una de sus llamadas: «Mamá, tenías razón: soy una princesa».
Quise quedarme con eso y le pedí permiso para publicar este material.
Sí, Adriana: claro que eres una princesa, eres la princesa de tu madre y ahora también eres la guerrera de tu causa y la de muchas personas: latinas, africanas, asiáticas, en especial mujeres, sobre todo pobres, que callan por miedo o por vergüenza frente a los ataques de xenofobia.
Menos mal que has sentido el apoyo de muchísima gente, como ese vecino que se detuvo a saludarte mientras paseaba a su perro y te dijo apenado que aquellas dos racistas que te habían agredido, hablando de porcentajes, no representaban los valores ni el sentimiento mayoritario de un país.
A los ignorantes se les combate de frente, con conocimiento y también con vigor. Por eso, racistas y xenófobos de cualquier lugar del mundo, esto va para ustedes: