Naná Vasconcelos: el equilibrio del berimbau
Seamos tan claros como se pueda: Naná nace en Recife, en el estado Pernambuco, pero su historia comienza siglos atrás, un poco más al Oriente, en un continente esclavizado donde la música aún mantiene rasgos ancestrales. Naná vive en Recife, una ciudad con casi un millón y medio de habitantes, pero la mayoría cree que lo hace en el extranjero. Naná abre el Carnaval de Recife, uno de los más importantes de su país, pero su música, basada en la percusión, está cada vez más cerca del silencio. Ha ofrecido conciertos en Angola, Mozambique, India, China, Noruega, Hungría, Francia, Inglaterra o Estados Unidos, pero está muy lejos de las fórmulas comerciales. Raras veces sus temas llegan al top 20 o top 30 o top 40 de la radio. Ha trabajado junto a figuras como Milton Nascimento, Gilberto Gil, Pat Matheny, B.B.King, Paul Simon, Don Cherry o Collin Walcott, pero asegura que la mejor experiencia musical la vivió el año pasado, en una visita a Bahía, cuando una anciana de 103 años le cantó en dialecto africano.
Si nos enredamos un poco y juzgamos a Brasil a partir de Naná deberíamos imaginar a un subcontinente de dinero y buen gusto que viste con ropas cómodas, más bien baratas. Que vive de la música, o desde la música, con su negro de sonrisa África y el lugar del sonido en el aire. Una casa lujosa en una ciudad pobre, un televisor omnipresente y gigante a ojos cansados que buscan la calma, un país que alimenta niños desde el patrimonio que les da el movimiento: llámese ritmo, regate corto, sueño de contrastes, violencia y mentiras. La esencia no siempre se puede describir con palabras, pero ella es suficiente. De esto se trata. Naná se inscribe en la música como uno de los mejores percusionistas del mundo.
En su casa, acorralados por una torre de videos y centenares de discos: Virginia Rodríguez, Charles Abrão, Trilok Gurtu, Chico Antonio, Pino Danielle, Camarón de la Isla, Los Beatles, asomaron onomatopeyas para hablar de amigos y admirados como Ray Barreto, Mongo Santamaría o Charlie Palmieri, de la derrota de la música a manos del mercado y de la memoria como último resquicio de cordura. Naná es, probablemente, lo más parecido que hay a su instrumento preferido: el berimbau. Un arma de guerra musical. Un acompañante para la danza de la capoeira. Un argumento que busca el equilibrio.
Foto: Eric Gerault
¿Por qué el berimbau?
Yo llegué al berimbau hace muchísimos años porque había un teatro en Bahía en el que se tocaban instrumentos folclóricos, ahí aprendí durante un espectáculo. Después de la primera temporada me quedé ensayando con ese instrumento, que es en realidad africasilero, vino de África para Brasil. Aquí se usa para la capoeira. Hoy por hoy yo escucho todo lo que sale del resto de los instrumentos a partir del berimbau. Técnicamente tiene todo, yo le encontré una forma propia, una manera, porque siempre pensé en hacer con él lo que Jimmy Hendrix hizo con la guitarra. Hendrix demostró que los instrumentos no tienen fin. Tú puedes conseguir un sonido orgánico para cada uno, por eso también trabajo con el cuerpo. Además, para cada instrumento tienes una combinación sonora que pasa por la voz. Tienes que conseguir un equilibrio, un balance natural. Yo tengo un disco llamado Saudade, que es grabado con la orquesta sinfónica de Stutgartt en Alemania, allí lo encuentras mucho, fue un disco en el que trabajé con Pat Matheny.
¿Hacia dónde está dirigiendo ahora su trabajo?
Interpretaciones instrumentales, lo que hice en mi último disco. Tengo un grupo muy joven con el que nos movemos hacia alguna cosa y de repente cambiamos hacia otra, encuentros con todo tipo de instrumentos, eso es lo bueno de este cuarteto, que, al tocar, todo puede virar hacia otros sonidos. Y que son músicos jóvenes que no creen todavía en la fama, se toman el asunto en serio, pero con mucha libertad. Es muy difícil lograr que un percusionista se convierta en concertista, incluso aquí en Brasil, y eso es lo que yo he tratado de hacer. El verdadero músico de la percusión no debe preocuparse por tocar más rápido o más alto, lo que le debe importar es hacer música, y descubrir la música en el silencio.
BRASIL NO CONOCE A BRASIL
Naná es calmado pero sus manos nunca dejan de moverse. Grita, se ríe, posa, busca una cerveza y ataca con fuerza la historia escrita a comentarios simples. Asegura, por ejemplo, que la música de la Pantera Rosa es, en realidad, obra del brasileño Moacir Santos, quien la compuso cuando fue asistente de Henri Mancini, en Nueva York, y que la fama es sólo una excusa de la suerte. Así va desentrañando a un Brasil tan cargado de contradicciones como de engaños, y cambia de disco cada dos minutos.
Muchos dicen que usted no vive en Brasil
Yo no me marcho más de Brasil. Me quedo aquí disfrutando de mis cosas, tengo una casa en la playa, una hija que está creciendo. Yo comencé muy tarde, mi niña tiene 6 años y yo tengo 62, la gente piensa que soy su abuelo (risas).
¿Cómo escucha o cómo evalúa la música de las calles?
Es la mejor porque es la más festiva y la más alternativa, porque la gente que la hace no tiene contrato con las disqueras y está procurando ver las cosas desde la raíz. Y esto es algo que puedes ver en el mismo Carnaval de Recife. Mira esto: pac pum pac pum pac, pa para parara, parapupara… Eso es el frevo, la música típica del carnaval de Recife, aquí en Pernambuco. Ese que estás escuchando es Spok Frevo, un músico que hace algo que nadie está haciendo ahora, está evolucionando hacia otro tipo de música, por eso me gusta. Este es su primer disco.
¿Ud ha tocado frevo?
YYo hago la apertura del Carnaval de aquí, con una orquesta sinfónica y batería de Carnaval, pero mira esto, escucha… Esto sí es una big band (risas)… Se sale de lo tradicional, quiebra barreras, está cambiando la música. Es maravilloso porque es diferente. Es como cuando en los cincuenta y los sesenta, con la incursión del jazz, la gente tocaba jazz, jazz, jazz, y los americanos decían, oh yes, yes. It’s happy, it’s happy: tiquitá, tiquitá, tiquitá, piririripurururá tucutá tucutátucutá (risas).
Me dijo hace poco que en el Carnaval de Recife del 2002, usted logró que dos barrios rivales olvidaran sus diferencias, o al menos las dejaran a un lado en ese momento, ¿cómo surgió esa experiencia?
Les propuse dirigir la apertura siempre y cuando los líderes de las favelas vecinas se pusieran de acuerdo para que tocáramos todos juntos. No fue fácil, su rivalidad era grande, pero al final aceptaron. Llevamos una orquesta sinfónica, la comunidad lo disfrutó mucho y yo también, porque pude comprobar que un concierto lo ofrece cualquiera, pero este tipo de trabajos, anular peleas por la música o formar a los niños, eso es otra cosa.
La música, la violencia y el fútbol en las zonas populares de Brasil tienen un peso enorme en sus alegrías y depresiones, incluso desde la infancia. ¿Cree que este tipo de pasiones son las que comienzan formando a las personas?
Sí, el problema aquí es que no hay formación social. No hay educación. Somos pocos los que nos preocupamos por realizar una formación completa, sobre todo para los niños. Yo tengo una ONG llamada ABC de la Música. Allí los maestros trabajan con una orquesta sinfónica para mostrar a los niños la esencia de la música folclórica brasilera. Que aprendan a distinguir entre la música de Minas Gerais, de Maranhão, de Bahía, de Pernambuco. Eso es la cultura. Porque la música disciplina, porque la música hace al espíritu, porque la música va del silencio al grito, y viceversa. De otra forma, estos niños nunca se acercarían a un teatro municipal, nunca se acercarían a una orquesta sinfónica. Nunca se acercarían ni a su historia, que va mucho más allá de la influencia africana. El problema aquí es que Brasil no conoce a Brasil. Aquí tenemos Secretaría de Cultura y Secretaría de Educación. Pero la de Cultura no tiene educación y la de Educación no tiene cultura.
Pero este país es conocido por su música y una cultura que se ha hecho un nombre prácticamente impenetrable para otros mercados.
Claro, porque además del idioma, una diferencia entre la música de Brasil con la del resto de este continente es su enorme africanidad. Colombia, Chile, Perú, Bolivia, ellos son un poco más indígenas. Aquí si no suenas en la radio, si no tienes un tema en la telenovela, muy pocos van a saber quién eres como músico. Eso es la moda, a mí no me preocupa porque yo sé que cuando muera voy a ser famoso (risas). Te voy a decir algo, después de trabajar con tanta gente, ir a tantos países a hacer lo que me gusta, dar un show con la orquesta sinfónica de Noruega, voy y toco en un teatro pequeño de São Paulo, pero Brasil no conoce nada de eso. En 2005 estuve en África en la conmemoración de los diez años de la liberación del Apartheid, en un evento llamado La esencia del berimbau. Estuve en Angola, en Mozambique, trabajando con mucha gente, fue una grata experiencia que no voy a olvidar, porque fueron ellos los que me invitaron a mí, de Brasil, para tocar un instrumento que les pertenece. Y todavía hay gente que dice que yo no vivo aquí desde hace más de veinte años. Lo que pasa es que si tú quieres sonar en Brasil tienes que estar y tocar aquí. Cuando João Gilberto estuvo viviendo en Nueva York casi nadie quiso hacer trabajos con él. La música aquí volvió principalmente en los años 70. Después de eso, bla bla bla: pasteurización. A partir de los 70 Bahía comenzó a dominar la cultura brasilera, algo que se supo aprovechar políticamente. La bossa nova, los grupos, todo. Todos los músicos que sonaban eran bahianos. A partir de ahí: pasteurización, si no eras bahiano no dirigías nada, los secretarios de Cultura lo entendieron rápidamente y eso se instaló en todo Brasil. Eran muy buenos músicos, pero acabaron con lo que era el verdadero Carnaval de Bahía, por ejemplo, y ¿por qué? Por la pasteurización.
Foto: Itamar Crispin
LOS DIARIOS DE NANÁ
Los diarios de Naná es el nombre de un documental independiente recientemente editado en Brasil, en el que este músico viaja a Bahía a encontrarse con ancianos negros que no saben nada de él. El primer obstáculo que debe pasar es lograr que estas personas lo reciban para conversar. Personas muy pobres con una gran carga de religiosidad africana, en la que el sonido y los cantos juegan un papel fundamental. Allí Naná asegura haber descubierto el sonido del silencio en la naturaleza. Algo que quizás –dice– no había encontrado antes en tantos lugares.
¿Por qué fue tan importante esa experiencia?
En ese viaje encontré cosas increíbles, había ancianas de más de cien años que me hablaron en un dialecto africano y cantaron para mí. Es muy muy difícil de describir. Un mes después murió una de ellas. Luego de eso tú comienzas a comprender la música desde su propio origen, y ya no puedes entenderla de la misma manera, ¿cómo podrías hacerlo, si a partir de entonces notas que la música brilla?
Brasil es un país donde la religión suele tener un peso fundamental. ¿Usted practica alguna religión africana?
Yo nací dentro de una religión fuerte, pero viajé tanto… Trabajé con musulmanes, trabajé con occidentales, trabajé con tibetanos, con Yoghis de la india. Yo tomé de cada uno algo que me sirviera a mí. Entonces no puedo decir que siga unasola religión, pero siempre trato de entender todo desde lo más espiritual. Para mí la música de ese último viaje a Bahía, con los ancianos, fue algo espiritual.
Me contó también que durante uno de sus viajes a Europa sus instrumentos se extraviaron y no llegaron a tiempo para el concierto, ¿qué hizo para solventar el problema?
Sí, eso fue en Inglaterra, pero no me preocupé. Mira, música y dignidad andan juntos, caminan de la mano, un músico cuando toca no tiene que hablar, necesariamente, porque nadie le preguntó nada, un músico tiene que decir con su trabajo. Y para eso tiene el cuerpo, que es su primer instrumento. El segundo es la voz. Yo tuve que dar mi show con el cuerpo.
A lo largo de su carrera ha tenido la oportunidad de experimentar con muchos estilos musicales, ¿cuál es el trabajo con el que mejor se ha sentido?
De mis trabajos siempre recuerdo con mucho gusto las combinaciones musicales que hicimos en los setenta Collin Walcott, Don Cherry y yo. Fue una trilogía llamada Codona, por las dos primeras letras de nuestros nombres. Fueron muy buenos esos discos, porque no se parecían a otra cosa, la gente no entendía (risas). Y lo mejor, las disqueras estaban abiertas, lo hacían posible. Ahora es mejor desprenderse de las disqueras. Acercarse más a la gente, a la calle, producir cada quien con lo que tenga. Al menos así se siente uno mejor, más tranquilo.
Esta entrevista fue realizada en la casa de Naná Vasconcelos, en Recife, Brasil, a finales del año 2006. Y publicada en el número 6 de la revista cultural plátanoverde.